El Señor Jesús señaló que había dos tipos de personas en el mundo. El primer tipo eran los que se consideraban sabios e inteligentes. Se exaltaban a sí mismos. Se daban importancia en las cosas de Dios y decían: «Somos sabios e inteligentes». Probablemente tenían inteligencia humana. Probablemente tenían la inteligencia de carne y hueso, pero confundían eso con la revelación que viene específicamente de Dios. Dios oculta Su revelación a estas personas, porque han demostrado con su actitud que no la necesitan.
El segundo grupo es el de los niños. Al hablar de niños, el Señor no está pensando en recién nacidos, sino en personas que son como niños en su corazón. Los que son como niños son abiertos y humildes. Están dispuestos a reconocer que no saben, y por eso están abiertos a que el Señor les enseñe. Porque están abiertos a ser enseñados por el Señor, el Señor les da Su conocimiento, conocimiento revelacional, conocimiento espiritual.
Dios quiso que los orgullosos y arrogantes de corazón quedaran sin recompensa. Dios ha establecido que aquellos que son humildes de corazón pueden recibir más revelación sobre Él. Por lo tanto, Dios da la revelación inicial acerca de Sí mismo sobre la base de ningún mérito, excepto la voluntad de recibirla. Después de la revelación inicial, Él da más revelación a aquellos que, habiendo recibido la revelación inicial, son humildes de corazón.
El Hijo conoce al Padre. Nadie más puede conocer al Padre a menos que el Hijo le revele al Padre. Repetimos que a menos que el Señor Jesús revele el Padre a alguien, nadie puede conocerlo. Por supuesto, la gente puede obtener ideas sobre Dios de la Biblia y de otras fuentes. Pueden obtener ideas de las poderosas obras de Dios en sus vidas. Sin embargo, para un conocimiento de Dios que lleve a la vida eterna, el Padre debe ser revelado a través del Hijo. El Señor Jesús dijo:
«La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jean 17,3).
Puesto que la vida eterna significa conocer al Padre y al Hijo, y puesto que nadie puede conocer al Padre a menos que el Hijo le revele al Padre, nadie puede tener vida eterna aparte del Señor Jesús.
El Padre es conocido a través del Hijo. El Padre también es conocido por aquellos a quienes el Hijo decide revelárselo. Por tanto, aparte del Hijo y aparte de aquellos a quienes el Hijo decide revelarlo, nadie conoce al Padre.
El conocimiento es por revelación
Ante Dios, el verdadero conocimiento es el conocimiento espiritual; y el verdadero conocimiento es a través de la revelación. Por eso, para que alguien tenga conocimiento, debe humillarse ante Dios y decirle: «Dios, no tengo conocimiento. Señor, sólo tú puedes darme conocimiento. Tú das el conocimiento a través de la revelación. Señor, dame la revelación». A una persona así, el Señor le concederá la revelación y ¡sabrá! ¿Qué sabrá? Sabrá lo que Dios sabe; conocerá la parte del mundo que Dios conoce conocimiento personal de Dios que Él, Dios, ha decidido darle a conocer, y se lo dará a conocer por revelación.
Los que son orgullosos de corazón no se humillarán ante Dios para pedirle revelación. Pueden tratar de encontrar a Dios y conocerlo por sí mismos. Por supuesto, buscan en vano, pues nunca podrán encontrarlo, a menos que se arrepientan de su orgullo, se humillen ante el Señor Jesús y le pidan que les revele al Padre.
Concluimos que el Padre ha establecido que nadie debe conocerlo a menos que el Señor Jesús lo revele. Cualquier cosa que se conozca de Dios aparte de la revelación que Jesús da es de menor importancia. Todos los que quieran conocer a Dios deben acudir humildemente a Jesús y suplicarle que les revele al Padre.
El Señor Jesús elige a aquellos a quienes revelará al Padre. Él elige revelar al Padre a aquellos que son mansos y humildes de corazón. Él revela al Padre a aquellos que son humildes. Los orgullosos de corazón son enviados lejos a languidecer en su orgullo.
Los orgullosos de corazón dicen: «Puedo encontrar a Dios por mí mismo». Los humildes de corazón dicen: «No puedo encontrar a Dios por mí mismo. Necesito ayuda. Señor Jesús, ayúdame. Revélame a Dios». A los humildes se les revela el Padre. Por desgracia, ¡hay tan pocos humildes!